Samael Aun Weor (Tomado de su libro: "El Misterio del Aureo Florecer")
Viajando aquí, allá y acullá por todos estos
países del mundo, hube de morar por algún tiempo en la
ciudad del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada, al pie de
las montañas de Monserrate y Guadalupe.
Por aquellos tiempos, ya muy cercanos a la segunda guerra mundial, me
fue presentado en aquella ciudad un amigo por cierto muy singular.Sucre
se llamaba, y viajando también, había venido en busca de
conocimientos universitarios desde cierto puerto del Atlántico
hasta la cumbre andina.
Con aqueste amigo de otros tiempos todo fue muy curioso, hasta la
insólita y misma presentación. Alguien cuyo nombre no
menciono, tocó cualquier noche en la puerta de mi morada con el
evidente propósito de invitarme a una plática de fondo
con el consabido amigo.
No fue por cierto muy hermoso el sitio de reunión: una tienda de
mala muerte con un pequeño salón. Y después de
todos los formulismos de presentación entramos en materias de
discusión.
Resultó palmaria y manifiesta la capacidad intelectual de mi
nuevo amigo; sujeto teórico, especulativo,estudioso. Se
decía fundador de alguna Logia de tipo Teosófico y citaba
con frecuencia a Helena Petrovna Blavatsky, Leadbeter, Annie Besant,
etc.En el intercambio de ideas es indubitable que brilló
haciendo exposiciones seudo-esotéricas y seudo-ocultistas.
Si no hubiera sido por su afición al hipnotismo y al deseo
exhibicionista,aquella reunión de amigos habría terminado
pacíficamente;mas he aquí que el diablo dondequiera mete
la cola.
Sucedió que a este amigo le dio por hacer demostraciones de su
poder hipnótico y acercándose a un señor de cierta
edad que estaba por allí sentado cerca a otra mesa, le
rogó muy cortésmente sirviera de sujeto pasivo para su
experimento.
En tratándose de cuestiones relacionadas con la
hipnología,no está de más enfatizar la idea de que
no todos los sujetos son susceptibles de caer en trance.
Sucre, con su yo exhibicionista, es ostensible que no quería
verse en un ridículo, necesitaba demostrar su poderío y
por ello hizo sobrehumanos esfuerzos para sumir en sueño
hipnótico al caballero. Mas todo fue inútil, mientras
Sucre luchaba y hasta sufría, aquel buen caballero de marras en
sus adentros pensaba lo peor.
Y de pronto, como si cayera un rayo en una noche tenebrosa,
sucedió lo que tenía que suceder: el caballero pasivo
saltó de su lugar increpando a Sucre, tratándolo de
ladrón, estafador,bandido, etc., etc., etc. Mas nuestro
consabido amigo, que tampoco era una mansa oveja, tronó y
relampagueó.
Y volaban mesas por los aires y sillas y tazas y platos, y clamaba el
dueño del negocio entre aquel gran zafarrancho pidiendo se le
pagara la cuenta. Afortunadamente, intervino la policía y todo
quedó tranquilo; el pobre Sucre hubo de empeñar su
equipaje para pagarla deuda.
Pasado aquel tan desagradable descalabro, fijamos una nueva cita con el
mencionado amigo, la cual es obvio que fue más tranquila, pues a
Sucre no se le metió en la cabeza la absurda idea de repetir su
experimento. Entonces aclaramos muchas ideas y conceptos de fondo
esotérico y ocultista.
El amigo aquel ingresó más tarde a la Universidad con el
propósito de hacerse un buen abogado y es evidente que era un
magnífico estudiante. Un día cualquiera, después
de muchos años, el mencionado amigo me invitó a comer y
de sobremesa hubo una conversación sobre tesoros escondidos,
entonces a mi se me ocurrió narrarle el siguiente caso:
"Dormía yo en mi recámara -le dije- cuando fui
súbitamente despertado por un extraño ruido
subterráneo que corría o circulaba misteriosamente del
Noreste al Sureste. Me sentí algo sobresaltado por tan inusitado
sonido para ver desde mi lecho lo que estuviera sucediendo".
"Entonces, con gran sorpresa, vi que en un rincón de mi
dormitorio la tierra se abría. Y surgió como por encanto
el fantasma de una mujer desconocida, que con voz muy delicada me dijo:
Hace muchos años soy muerta; aquí en este lugar
enterré yo un gran tesoro, sácalo tú, es para ti."
Al escuchar Sucre mi relato de sobremesa, me rogó vehemente le
llevara al lugar de los hechos y es claro que yo no quise negarle este
servicio. Otra tarde vino a decirme que se había puesto en
contacto con el dueño de esa casa -un doctor muy famoso de la
ciudad-y me suplicó le investigara si tal personaje era o no
realmente el dueño de dicha propiedad pues tenía sus
dudas.
Confieso llanamente y con la más entera franqueza, que no me fue
difícil realizar el desdoblamiento astral; sencillamente
aproveché el estado de transición entre vigilia y
sueño. En instantes de empezar a dormitar me levanté
delicadamente de mi lecho y salía la calle. Es ostensible que el
cuerpo físico quedó dormido en la cama.
Así se realizó el desdoblamiento del eidolón con
pleno éxito; todavía recuerdo fielmente aquel notable
experimento psíquico. Volando, flotando en el ambiente astral
del planeta tierra, anduve por varias calles buscando el consultorio
médico del Doctor.
Rogué a mi intercesor elemental me llevara a ese despacho y es
ostensible que fue asistido.
Al llegar a cierta casa entendí. Tres gradas conducían a
la portada suntuosa de una mansión.
Entré por aquellas puertas y me encontré en una sala de
espera; avancé un poco más y penetré resueltamente
en el consultorio. Examiné en detalle el interior de este
último; vi una mesa y sobre ella una máquina de escribir
y algunas otras cosas, una ventana permitía ver un patio de la
residencia.El Doctor estaba sentado y en su aura pude ver la consabida
propiedad.
Regresé a mi cuerpo físico muy satisfecho con el
experimento;el eidolón ciertamente es extraordinario... Muy de
mañana vino mi amigo a conocer el resultado de mi experimento
psíquico.
Yo le narré detalladamente todo lo que había visto y
oído; entonces vi asombro en el rostro de Sucre: él
conocía tal consultorio y los datos que le daba resultaban
exactos.
Lo que sucedió después es fácil adivinarlo: Sucre
no sólo logró que aquel médico le alquilara la
casa sino además -y esto es lo más curioso- lo hizo su
socio.Por aquellos días resolví alejarme de aquella
ciudad a pesar de los ruegos de aquel amigo quien insistía en
que yo cancelara mi viaje.
Cuando regresé más tarde, después de algunos
años,a aquel lugar, ya todo había cambiado, la casa
aquella había desaparecido. Entonces me encontré en un
terreno árido,horrible, pedregoso, espantosamente aburridor... Y
vi instalaciones de alta tensión eléctrica y motores de
doble bomba y máquinas de toda especie y trabajadores bien
pagados, etc., etc., etc.
Sucre viviendo allí mismo, dentro de un cuarto que
parecía más bien una trinchera en un campo de batalla,
entraba, salía, daba órdenes imperantes a los
trabajadores, etc., etc., etc.
Aquel cuarto estaba protegido con gigantescas rocas y en sus muros se
veían aquí, allá y acullá, muchas
ventanillas pequeñas que podían abrirse o cerrarse a
voluntad.
Por aquellos postigos vigilaba Sucre lo que pasara a su alrededor.Tales
mirillas le eran "dizque" muy útiles.
De cuando en cuando, al menor ruido exterior empuñaba su pistola
o su fusil y entonces aquellas aberturas veíanse desde afuera y
abriéndose o cerrándose o asomándose a
través de ellas las bocas de fusiles o pistolas.
Así estaban las cosas cuando volví. Entonces mi amigo me
explicó que aquel tesoro era muy codiciado, que se trataba del
famoso becerro de oro que tanto había inquietado a muchas gentes
de la comarca y que por lo tanto estaba rodeado de mortales enemigos
codiciosos que habían intentado asesinarle.
¡Válgame Dios y Santa María!, me dije a mí
mismo. En mala hora fui yo a contarle a este amigo la visión
esta del tesoro, mejor hubiera sido haberme callado el pico.
Otro día, lleno de optimismo me confesó que,
ciertamente,a doce metros de profundidad había encontrado un
muñeco de barro cocido, y que dentro de la hueca cabeza del
mequetrefe halló un pergamino en el cual estaba trazado todo el
plano del tesoro.
En el laboratorio del Doctor fue cuidadosamente sacado tal pergamino de
entre la cabeza del fantoche, pues es obvio que con el tiempo y la
humedad se había pegado demasiado.
De acuerdo con el plano existían a doce metros de profundidad
cuatro depósitos situados uno al Este, otro al Oeste, un tercero
en el Norte y el último hacia el Sur. Tal plano daba
señales y datos precisos y al final tenía una sentencia
firmada con iniciales de nombre y apellido:
"Quien encuentre mi tesoro que enterré en pozos hondos,
será perseguido por la Iglesia del Patrono y antes de veinte
días que no sepan que sacó las ganancias que
enterré para yo"
Por esos días ya la segunda guerra estaba muy avanzada, Hitler
había invadido a muchos países europeos y se preparaba
para atacar a Rusia. Mi amigo era germanófilo ciento por ciento
y creía muy seriamente en el triunfo de Hitler.
Es claro, pues, que influenciado por las tácticas
políticas de Hitler que hoy firmaba un tratado de paz con
cualquier país y al otro día le atacaba, no quiso
trabajar de acuerdo con las indicaciones del plano.
Sucre se dijo a sí mismo: "Tales indicaciones son un despiste.El
tesoro está muchos metros bajo el muñeco; los citados
cuatro depósitos no me interesan". Así pues,
abandonó las indicaciones y se fue a fondo. Cuando me
asomé al hueco aquel sólo vi un precipicio, negro,
profundo, espantoso.
"Amigo Sucre -le dije- Usted ha cometido un error muy grave, ha dejado
el tesoro arriba, en los cuatro depósitos y se ha ido al
fondo,nadie entierra un tesoro a tanta profundidad".
Es ostensible que tales palabras por mi pronunciadas llevaban la
fragancia de la sinceridad y el perfume de la cortesía.
Empero, debemos hablar sin ambages, para hacer énfasis en el yo
de la codicia. Incuestionablemente, este último resaltaba
exorbitante en mi amigo combinándose con la astucia, la
desconfianza y la violencia.
De ninguna manera fue para mi algo insólito el que Sucre
entonces tronara y relampagueara, vociferando y hasta
endilgándome cosas en las cuales jamás había
pensado. ¡Pobre Sucre!Me amenazó de muerte; creyó
por un instante que yo "dizque" estaba muy de acuerdo con sus
consabidos enemigos, tal vez con el propósito de robarle el
tesoro.
Después de todo y viendo mi espantosa serenidad, me
invitó a su "refugio de trinchera" a tomar café. Antes de
alejarme definitivamente de aquella hispánica ciudad en otros
tiempos conocida como Nueva Granada, hízome aquel amigo otra
petición: me suplicó de todo corazón estudiara con
el eidolón su trabajo subterráneo.
Es evidente que yo también quería hacer una
exploración astral en aquella hondura y por ello accedí a
su petición.Y sucedió que en una noche exquisita de
plenilunio me acosté muy tranquilo en decúbito dorsal
(boca arriba) y con el cuerpo bien relajado.
Sin preocupación alguna me propuse vigilar, espiar mi propio
sueño. Quería utilizar para mi salida astral aquel estado
de transición existente entre vigilia y letargo. Cuando
comenzó el proceso de ensoñación, cuando empezaron
a surgir las imágenes propias del sueño, delicadamente y
como sintiéndome espíritu, hice un esfuerzo para eliminar
la pereza y entonces me levanté de la cama.
Salí de mi recámara como si fuese un fantasma, caminando
delicadamente y luego abandoné la casa. Por las calles de la
ciudad flotaba deliciosamente lleno de una exquisita voluptuosidad
espiritual.No me fue difícil orientarme; pronto estuve en el
lugar de los acontecimientos,en el terreno de los hechos.
Ante aquel hueco negro y horrible que ya tenía más de
setenta metros de profundidad, un viejito enano, un Pigmeo, un Gnomo de
respetable barba blanca me contempló inocente. Flotando en la
atmósfera descendí suavemente hasta el fondo acuoso del
nefasto hoyo de codicias.
En tocando con mis pies sidéreos el limo de la tierra
húmeda y sombría, hice con agrado un esfuerzo más
y penetré en el interior de ésta bajo el fondo mismo del
pozo, cuando suavemente descendí con el eidolón bajo el
asiento negro de tal antro del que manara mucha agua.
Examinando detalladamente cada roca de granito sumergida bajo las aguas
caóticas, me adentré muy profundamente bajo aquel
subsuelo.Es evidente que mi amigo de marras había dejado el
fabuloso tesoro allá arriba como ya lo dijimos en
párrafos anteriores.
Ahora y en esas regiones abismales, sólo veía ante mi
insignificante persona piedra, lodo, agua. Mas de pronto algo inusitado
sucede: estoy ante un canal horizontal que saliéndose del
terreno aquel se dirige hacia la calle. ¡ que sorpresa! Sucre
nada me había hablado de esto, nunca me dijo que en semejantes
profundidades pensara hacer una perforación horizontal.
Serenamente me deslicé con el eidolón por entre el
sobredicho canal inundado por las aguas, avancé un poco
más y luego salí a la superficie por el lado de la calle.
Concluida la exploración astral regresé a mi cuerpo
físico,la investigación obviamente fue maravillosa.
Más tarde, cuando comuniqué todo esto a mi amigo, le vi
muy triste (este hombre sufría lo indecible, quería oro,
esmeraldas, riquezas, la codicia se lo estaba tragando vivo). Empero se
justificaba diciendo que todo ese tesoro lo necesitaba para hacer una
revolución proletaria, dizque necesitaba invertir esos dineros
en armamentos, etc.
¡Cuán horrible es la codicia! En tal lugar sólo
reinaba el miedo, la desconfianza, el revólver, el fusil, el
espionaje, la astucia, los pensamientos de asesinato, las ansias de
mandar, imperar, subir al tope de la escalera, hacerse sentir, etc.
Cuando salí de aquella ciudad tomé la resolución
de jamás volver a intervenir en esos motivos de codicia.
"Vended lo que poseéis -dijo Cristo- y dad limosna; haceos cosas
que no se envejezcan, tesoros en los cielos que no se agoten; donde
ladrón no llega, ni polilla destruye.
"Porque donde está vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón. "
FIN
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