Poema Inconcluso. Samuel Taylor Coleridge (1772 - 1834)
En el verano de 1797, el autor, que sufría entonces de mala salud, se había retirado a una solitaria granja entre Porlock y Linton, en la región de Exmoor, en los límites de los condados de Somerset y Devonshire. A causa de una ligera indisposición, le había sido recetado un calmante y, por efecto de éste, se quedó dormido en su asiento en el momento en que se hallaba leyendo la frase siguiente, o palabras similares, en La peregrinación de Purchas: "Kubla Khan ordenó que se construyera un palacio en este lugar, y un soberbio jardín junto a él. Así pues, se ciñeron con una muralla diez millas de terreno fértil". El autor cayó durante unas tres horas en un profundo sueño, al menos de los sentidos externos y, durante ese tiempo, está completamente seguro de que no pudo haber compuesto menos de doscientos o trescientos versos, si es que podemos hablar de componer en una situación en la que las imágenes se alzaban ante él como cosas reales, junto con la producción paralela de sus correspondientes expresiones, sin la más mínima sensación o conciencia de esfuerzo.
Al despertar, advirtió que tenía un recuerdo claro de todo y, tomando su pluma, tinta y papel, escribió ansiosamente al punto las lineas que pueden verse a continuación. En ese momento, desgraciadamente, fue requerido por una persona de Porlock para tratar de un asunto que le retuvo durante una hora más o menos y, cuando regresó a su habitación, se encontró, con no poca sorpresa y desagrado, con que, aunque conservaba todavía un recuerdo vago y confuso de las lineas generales de su sueño, sin embargo, a excepción de ocho o diez versos e imágenes sueltos, todo lo demás se había desvanecido como los reflejos en la superficie de un arroyo en el que se ha arrojado una piedra, pero, desgraciadamente, sin poderse volver a
repetir como lo hacen esos reflejos:
Y entonces, el encanto todo
queda deshecho... Todo ese mundo fantástico tan bello
se desvanece mientras se extienden mil ondulaciones,
y cada una anula a la otra. Espera un poco,
pobre muchacho, que apenas osas levantar tus ojos...
La corriente recobrará su tersura en breve, al punto
regresarán tus visiones. Y, vedlo, permanece,
y presto los fragmentos de vagarosas formas amadas
regresan temblando, se unen y, una vez más,
las aguas se convierten en espejo.
(El retrato; o la Resolución del Amante)
Sin embargo, con los recuerdos que aún perduran en su mente, el autor se ha propuesto con frecuencia concluir por sí mismo lo que, por decirlo así, le había sido dado en un principio. "Otro día os cantaré otra canción más dulce" (Teócrito, Idilios): pero el mañana está todavía por llegar.
KUBLA KHAN
En Xanadú se hizo construir
Kubla Khan un fastuoso palacio:
Allí donde el sagrado río Alfa discurría
a través de grutas inconmensurables para el hombre
hasta precipitarse en un mar sin sol.
Así pues, diez millas de terreno fértil
fueron cercadas de muros y torres:
y surgieron jardines en los que brillaban sinuosos arroyos
y donde crecían abundantes árboles del incienso;
y había bosques tan viejos como las colinas
rodeando los prados iluminados por el sol.
¡Mas, ved aquel romántico y profundo abismo abierto
en el costado de la verde colina, bajo la sombra de los cedros!
¡Qué lugar tan agreste! ¡El más sagrado y lleno de encantamientos
que jamás fue visitado bajo la luna menguante
por la mujer que clama por su demonio amante!
Y de este abismo, bullendo en incesante remolino,
como si la tierra respirara con ansioso jadeo,
brotó al instante un poderoso manantial;
y en medio de su repentino e intermitente impulso
enormes fragmentos de roca saltaban como el granizo
o como el trigo que se separa de la paja bajo los golpes del trillador;
y en medio del incesante resonar de las rocas que danzaban en el aire,
surgió a borbotones el sagrado río.
Trazando laberínticos meandros, a lo largo de cinco millas
discurría el sagrado río a través de bosques y valles,
hasta llegar a las cavernas inconmensurables para el hombre
y hundirse con estruendo en un océano sin vida:
y, en medio de este estruendo, oyó Kubla a lo lejos
las voces de sus antepasados que profetizaban la guerra.
La sombra del palacio deleitoso
se reflejaba en medio de las olas,
allí donde se oían los ritmos mezclados
del manantial y los abismos.
Era una maravilla de peculiar diseño
este palacio de deleites bañado por el sol sobre cavernas de hielo.
De una jovencilla que llevaba un dulcémele
tuve una vez una visión:
era una doncella abisinia,
y tocaba su dulcémele
mientras cantaba del monte Abora.
Si fuera capaz de revivir en mí
la música y la letra de su canción
me sentiría penetrado de tan profunda delicia,
que, con música aguda y prolongada,
sería capaz de construir en los aires el palacio,
¡ese palacio soleado! ¡esas grutas de hielo!
Y todos los que oyeran mi música los verían,
y gritarían todos: ¡Cuidado, cuidado!
¡Mirad sus ojos centelleantes, su cabello desmelenado!
Tejed tres veces en torno a él un círculo,
y cerrad los ojos con terror sagrado,
pues él se ha alimentado de ambrosía
y ha bebido la leche del Paraíso.
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